Este filme es una representación tan cruda y realista como la vida misma, y es la confirmación del inmenso talento de Zonca.
Esse ha perdido su trabajo como aprendiz de panadero, y tras ello se muda a Marsella, iniciando una nueva vida con un grupo de delincuentes, cuya pasión aparte de robar en chalets, es el boxeo.
Es un desolador retrato del desarraigo juvenil a través de la figura de un adolescente violento. La película se aproxima casi a un estilo documental, utilizando el compromiso y la denuncia como su razón de ser.
Zonca nos presenta la película en su estado más puro, sin adornos ni añadidos. Nos muestra una realidad minuciosa, seca y cruel, sin concesiones ni artificios.
Es una crónica descarnada de un joven que busca su futuro en el mundo delictivo, un entorno carente de satisfacciones, oscuro y sombrío. Es un descenso a los infiernos donde el afecto y la sonrisa brillan por su ausencia, solo prevalecen la oscuridad y la humillación. Es un retrato acertado y una película de calidad.
El personaje principal genera una afinidad que concentra en sí mismo una cualidad de acercamiento, inicialmente provocando empatía y luego volviéndose visceral. Este sujeto no se establece en nada concreto, evitando un compromiso central para explorar otras relaciones, intertextos y metalenguajes en abundancia. Es importante destacar el sentido del poder presente, que se repite concentrándose tanto en figuras femeninas como masculinas y las correspondientes interacciones. Las escenas están claramente delimitadas, lo que sugiere una fluidez que otorga una cualidad líquida a la narración, emocionalmente impactante.
Zonca nos deleita con esta brillante historia en la que un joven aprendiz de panadero juega a ser Tony Montana, pero poco a poco descubre que la vida de un delincuente no es tan apacible y sencilla como la pintan las películas. Está llena de golpes, suciedad y personas despreciables. La duración de la película no es un inconveniente, al contrario, más metraje hubiera sido innecesario y podría haber arruinado la experiencia. La interpretación de Duvauchelle es brillante, capaz de transmitir con solo una mirada al suelo o un puñetazo al aire. El guión es notable. Quizás el desenlace sea un tanto moralista, pero esto no lo convierte en algo malo.